Pensar, mirar, exponerse
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Etimológicamente la infancia es lo que no habla (in-fans). No obstante, los niños hablan y nos hablan. Paradoja que no es tal si establecemos una distinción entre la primera y los segundos de la que podríamos deducir que no todos los niños son infancia e, inversamente, que algunos adultos, pensamientos o estéticas de la existencia pueden serlo. La identificación entre niños e infancia nos ha llevado, desde tiempos de Platón, a visiones de la infancia emparentadas con la puerilidad, ingenuidad, inferioridad, con la necesidad de ser otra cosa (adulto, ciudadano, etc.). Otras filosofías y pedagogías defienden que la infancia no tiene edad porque no corresponde exclusivamente a una etapa biológica. La infancia es, también, la cualidad del silencio, la condición del estar abiertos a lo inesperado, del ser afectados sin tener los medios para identificar o nombrar lo que nos afecta, del preguntar sin respuestas previas. La infancia es apertura y afirmación, una forma de ser y estar en el mundo, la última transformación del hombre profetizada por Nietzsche.Este libro no fuerza a hablar, ni a la infancia ni al lector. A través de textos, del cine y de las prácticas educativas, hemos tratado de reencontrar esa capacidad de afectar y ser afectado. Hemos querido dejar ser a la infancia –incluso cuando hablamos de adolescentes y jóvenes– aceptando habitar los umbrales a los que el pensamiento y la escritura suelen llevarnos. Para llegar a escribir acerca de la infancia, la adolescencia y la juventud tuvimos que pensar, mirar y exponernos sin respuestas previas. Eso es todo lo que queremos compartir, y contagiar.